Hablando de variedad de paladares, me atrevo a afirmar que una vez educados y concientes de lo que es catar un vino y de cómo percibir sus cualidades, no deberían tener conclusiones muy diferentes ante una misma bebida.
Sin embargo, en donde siempre tendrán validez las diferencias es en lo relacionado a preferencias, a gustos.
De ese modo, quisiera hablar al mismo tiempo de lo que es una constante (paladares) y lo que es una variable (gustos).
En Portugal se inició el uso de mosaicos ya con los romanos, quienes opinaban que para hacer mosaicos se tenía el favor artístico de las musas (de ahí su nombre).
Luego, ese mismo país tuvo entre 5 y 7 siglos de dominación árabe, de donde le llegó también un gusto y refinamiento especial orientado a la ornamentación (ya que los árabes no acostumbraban decorar con imágenes de personas o animales, profundizaron en la manufactura de mosaicos que representaban plantas o elementos geométricos).
Una vez que Portugal se libró de la dominación árabe y dibujó su propia personalidad manteniéndose independiente de España, parte de su rostro elegido y continuado hasta hoy, son los mosaicos.
Y justo en uno de los muros del Café Lisboa tienen un hermoso mosaico, que a base de unir piezas iguales pero con sus diferencias, componen entre ellos una unidad armónica muy agradable.
Estas líneas, de esta manera, las dedico a mis compañeros del curso, quienes con sus comentarios originados en sus propias evaluaciones y experiencias sensoriales ante cada vino, junto conmigo, fuimos definiendo a cada bebida, afinando nuestro paladar, tratando de unificar un criterio, y por otro lado, respetando las preferencias gustativas de cada uno.
Iguales al ser un paladar unificado (un solo mosaico compuesto) diferentes al ser un gusto propio (cada pieza del mosaico).
Gracias por sus opiniones y comentarios que enriquecieron cada momento y cada copa.