En mi caso, cuando probamos el vino Cavichioli tinto hecho de uvas tipo Lambrusco me pareció encontrar el mejor visitante para mi paladar. Que bebida, que suave sabor que no impone su memoria ni lastima el bolsillo.
Joven, a consumirse preferentemente a dos años luego de su vendimia. Afrutado, sencillo, con algo de burbujas, parece “un refresquito”, como “una chaparrita de uva”, así podría definirse en pocas palabras.
Frizante, con burbujas.
No es muy alcoholizado ni su sabor es demasiado fuerte, por lo que se bebe fácilmente, es muy fresco y sinceramente para mí, lo coloqué desde el segundo sorbo, como mi favorito.
Remarco que fue al segundo sorbo porque Alberto ha sido claro en que el primer sorbo no da para medir y catar un vino, solo apenas sirve para ir preparando la boca para evaluarlo mejor.
Para mi fue “amor al segundo trago”.
Lambrsuco es su nombre, quizá algo rudo entre tantos otros nombres, pero notable, y dado que su sabor no tiene memoria, ya lo hemos catalogado como “todo un caballero”.
Como cada clase me dejaba la inquietud de saber un poco más, buscando cosas de Italia hubo algo que me gustó mucho al ver las regiones de Italia (y que considero un acierto excelente del curso pues recibimos copia a colores de las regiones vitivinícolas del país en cuestión) es que resalta la región de Lacio (o Lazio en italiano).
Lacio es la zona céntrica de Italia en donde estaban los latinos, antes de que surgiera el gran Imperio Romano. La capital de la región de Lacio es Roma. Los vinos producidos en esta antigua zona vinícola tienen la denominación de Castillos Romanos (Castelli Romani).
Los romanos eran parte de los grupos latinos que habitaban en esa zona, y los romanos fueron los que progresaron en un aspecto de dominación y supremacía enfrentándose a los etruscos.
Los romanos destacaron y para el año 90 antes de Cristo, a los otros grupos latinos de la región se les concedió la ciudadanía romana.
De este modo, identificado el pueblo romano como un grupo latino, se extendió por Europa y después por el resto del mundo el concepto de latinidad el cual sobretodo destaca por la lengua que se habla. En este caso, las lenguas romances como el francés, el rumano, el español, el italiano, el portugués, el catalán, son lenguas romances, y nos unen en un sentido de latinidad.
Algunos han argumentado que la latinidad también implica otras constantes como fundamentarse en el derecho Romano, guiarse por la estética griega y orientación de la fe según la Iglesia Católica.
Quizá el punto es aun discutible en estos parámetros, pero la excepción sería el idioma, el cual si es lengua romance, es por fuerza, parte del mundo latino.
Al final, unidos por la latinidad.
Pues como estaba diciendo, esa cuna de la latinidad (y que aun hoy esa provincia céntrica de Italia se llama Latina) es también centro productos de vinos.
En esa zona se hacen vinos blancos, y uno de ellos es el conocido como Est, est, est.
Este vino debe su nombre a una razón de simpática anécdota:
“Resulta que en el año 1111 d.C. el obispo Fugger, un clérigo conocedor y amante del vino solicitó a uno de sus criados que le fuera preparando acomodo en las diferentes etapas de su próximo viaje a Roma.
Para que el obispo no perdiera el tiempo en paradas inútiles, quedaron en que el criado marcaría sobre la puerta de las bodegas de vino visitadas las palabras “est” o “no est”, según lo mereciera el vino a ser probado o no y que el obispo se detuviera ahí.
Cuando el criado llegó a la población de Montefiascone le pareció que la clasificación acordada se quedaba corta ante la excelente calidad del vino que ahí probó, y para que su patrón no dejara de probar ese néctar maravilloso, escribió “Est, Est, Est” Cuentan que el Obispo nunca llegó a Roma, y que se quedó a vivir y beber en Montefiascone hasta su muerte.”
De modo que si ven una clasificación Triple Est, no lo duden y disfrútenlo.
Si yo pudiera y en mis manos estuviera la denominación, yo le daría al lambrusco de la productora Cavichioli, la clasificación Est, est, est. De verdad, una delicia.
Quizá a muchas personas pudiera parecerles que este es el vino tinto óptimo para una sangría o para un Clericot, y yo coincidiría con ellos.
Como una sugerencia de Alberto, a través de probar diferentes vinos, uno puede detectar cual sería un vino “comodín” el cual puede ser complementado con diferentes alimentos, y que en general pueda ofrecer un buen sabor.
Yo, en mi caso, quedaré unido al lambrusco por mucho tiempo.
En alguna ocasión, Alberto nos preguntó que habiamos ido descubriendo en este acercamiento al vino.
Rubén comentó que a él, la complementación entre el Queso Emmental y el vino blanco Oppenheimer le había sorprendido muy positivamente.
Adrián dijo que antes estaba muy orientado a vinos elaborados con uvas Cabernet Sauvignon, pero que estas sesiones le habían dado oportunidad de conocer y valorar otros vinos más sutiles que le habían agradado mucho, más sedosos.
Laura nos mencionó que el vino Trio (tinto) y el Oppenheimer (blanco) son los que más le habían dejado un recuerdo, tanto por ser suaves, frutales y dulces.
Reneé mencionó al vino rosdado Ernest & Julio Gallo que tomamos frío como uno de los que más había disfrutado.
Carlos quedó fascinado con el vino tinto francés Cote du Rhone, y en este creo que coincidimos todos en que fue una gran botella, un gran vino, redondo, completo, en un óptimo punto para complementarse con varios alimentos.
A este vino le captamos aromas de ciruela, afrutado, a madera, y lo bebimos al tiempo que comímos (ver foto) queso camembert, queso de cabra, pate de campaña y hasta chocolate amargo.