Los árabes tenían el dominio del territorio, pero cuando los portugueses se decidieron a atacarlos, los árabes se fortificaron en el castillo resistiendo cualquier ataque organizado desde afuera por sus enemigos.
Pro un tiempo la situación pareciera resuelta.
Pero…
Pero cuando pasaron los meses, y las provisiones guardadas en el castillo no alcanzaban ya ni a sostener a los guerreros árabes para enfrentar un ataque, entonces casi sin luchar o medio luchando, el hambre y el aislamiento debilitó por completo a los árabes, quienes terminaron rindiéndose ante los insuficientes pero bien alimentados portugueses.
De esa forma, de muy poco sirvió la fortaleza y la solidez si el encierro aleja y cancela el vinculo hacia el exterior. Esa es parte de la lección de ese libro, que por cierto, terminé de leer en el Café Lisboa, el día que Alberto me comentó que iniciaría un curso de vinos.
Más adelante, después de una de las clases, me quedé platicando con nuestra compañera Laura, mientras los demás también platicaban entre si.
Dado que ella es psicóloga, le pregunté acerca de la medida optima para abrirse hacia el exterior pero también cuidar y equilibrar el interior.
Esto lo pregunté porque por ese tiempo acontecía algo en mi vida personal a lo que deseaba cerrarme, pero veía la posibilidad de voltearme a ver tanto a mí, que pudiera caer en un egoísmo insano.
Me parecía, como los árabes de Saramago, que el camino más fácil era encerrarme y dedicarme solo a mí, logrando alejarme del punto que ya me resultaba inconveniente.
Pero la lección de esos mismos árabes me decía que algo no estaba bien en mi plan.
Por eso me animé a preguntar a Laura.
Ella me explicó que en realidad, la medida entre cuanto abrirse o dedicarse a los demás, y cuanto asomarme a mi interior y dedicarme a mi, se define mejor mirando desde encima ambos lados, ambos esquemas, y de esa forma poder regular un control equilibrado de mi dedicación a cada sector.
Por supuesto, me dijo, que al querer retirarse de un sector que significará un asunto externo, pues en ese caso la opción es voltear a ver más hacia uno mismo, a dedicarse a uno mismo y sus propias cosas. Que esto era natural y el camino sano.
Mi duda acerca de la medida, y mi relación entre un egoísmo insano y lo que le pasó a los árabes, me quedaba aclarada con la respuesta: uno mismo puede equilibrar su dedicación a cada sector. Y en el caso particular de desearme retirar de una situación o un vínculo que ya no resultaba conveniente, pues era normal haber volteado los “reflectores de mi atención hacia mí”.
Si los árabes hubieran sabido equilibrar su tiempo encerrados y su tiempo afuera del castillo, no se hubieran casi muerto de hambre.
Para mí, con el breve pero preciso consejo de Laura, evitaré el mismo exceso que los árabes de Lisboa.
“No debereís verme medio muerto de hambre metido solo en mi mismo”.